lunes, 21 de marzo de 2011

Los nuevos “rayadillos” y los viejos “resoplidos” del autoritarismo

La Ley de Recuperación de la Memoria Histórica llegó para los latinoamericanos nietos de españoles y generó en Cuba una explosión de personas solicitando certificaciones de todo tipo ante registros civiles, juzgados, bufetes y notarías para poder presentar la documentación que contempla y demanda la legislación hispana para acogerse a la ciudadanía de ese país. Yo soy una de ellas, y tengo amistades que ya han completado el proceso y están alborozados con su pasaporte de la Comunidad Europea, pero debido a algunos problemas personales tuve que posponer la tramitación y por eso no he concluido el proceso. No obstante, aboyada entre papeles he buscado un huequito en el tiempo para disponerme a hacer algunas consideraciones en torno al tema.
Una de mis amistades naturalizadas es un médico pediatra residente en la habanera, costera y nordestal localidad de Guanabo, en el municipio de la Habana del Este. Junto con el pasaporte le llegó la baja de su centro laboral, el Hospital Luis Díaz Soto, más conocido como Naval, en donde trabajaba desde hacía 20 años. Ya conocía por la prensa oral «underground» acerca de esta determinación de las autoridades, pero por su carácter extraoficial no le di el crédito requerido y, por lo tanto, no había experimentado qué se siente al ver aplicado lo que hasta ese momento creía un rumor.

Diálogo en porfía

El diálogo entre la alta jerarquía eclesial criolla y el gobierno cubano dio lugar a opiniones encontradas que aun hoy se debaten en el plano nacional y foráneo. El mismo continúa vigente y es probable que las conversaciones y la mediación eclesiástica para favorecer a los prisioneros políticos cubanos no sea la única oportunidad en que se reúnan representaciones de ambas autoridades.
Mucho se ha debatido y escrito acerca de la intercesión canóniga cubana en ese delicado proceso, fundamentalmente en sentido crítico. ¿Por qué? Si tanto se ha pedido por los reclusos políticos cubanos y se ha llevado el asunto a cuánto foro internacional en materia de derechos humanos se ha celebrado durante muchos años y no se ha bajado la guardia en ese aspecto, ¿por qué censurar el diálogo Iglesia-Estado cuándo está propiciando la excarcelación de personas que, en principio, nunca debieron haber ido a prisión? Es cierto que hasta el momento, a los que han soltado les han colocado en las manos un pasaporte, en lugar de la documentación ciudadana que le permita caminar libremente por su hogar nacional. También está claro que excarcelación no es igual a liberación; hay una frontera apenas perceptible que está dada por el hecho de que al excarcelar a alguien sin que haya cumplido la pena, la amenaza del cumplimiento de la misma puede condicionar sus actitudes y accionar en virtud de la sanción por completar. Pero si el resultado es el que se persigue en principio, o sea, que puedan disfrutar de libertad nuestros compatriotas injustamente encarcelados, no veo por qué propiciar semejante exceso crítico ante el diálogo producido entre la Iglesia y el estado cubanos. Igualmente, ¿una muestra de voluntad política prodiálogo de parte de las autoridades con sectores o con una representación de la sociedad civil no es lo que hemos propuesto durante décadas? ¿Por qué atacar entonces este primer acercamiento sin precedentes? Es comprensible que cincuentidós años de insalubridad democrática sumado a la imagen de figuras políticas intransigentes o inflexibles de este prolongado gobierno, hayan conspirado contra la urdimbre social cubana y condicionado un proceder más o menos análogo, pero me inquieta pensar qué otras motivaciones pueden existir, ya que hay cubanos emigrados que sí han participado en procesos electorales de todo tipo (muchos de ellos durante años) y aún en su actuar se reconoce a distancia la rúbrica de la irreverencia acompañando al cuño de la intolerancia.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Óleo mordaz

Si no fuera por lo grotesco del cuadro urbano tacharíamos de hilarante el letrero situado en el vértice de Luz y San Ignacio, en La Habana Vieja, que anuncia: “Hay carne en el puesto”. ¿Broma cáustica o cruda realidad? El hecho es que está allí, surrealista o superrealista, desafiando a la policía, a los moradores de la vecindad y a los transeúntes, que nos quedamos con la duda acerca de la autenticidad o veracidad del mismo. El caso es que las autoridades del Ministerio de Comercio Interior de la capital, en ocasiones en que determina vender carne (siempre de cerdo, nunca de res) le asigna la tarea a un burócrata que probablemente se molesta porque lo hagan salir a caminar por la polvorientas y sucias calles, hostigadas además por el sol y el calor, para buscar y hallar los puntos o locales en dónde expender el producto. Por eso, a pesar de la punzante causticidad que muestra el cartel, dada la analogía con los agromercados —donde también venden carne— y los niveles de improvisación e irrespeto que muestran a menudo por la sociedad cubana —que rayan en el desprecio—, no dudamos de que puede ser real o puede haberlo sido en algún momento, la venta de carne (de cerdo, reitero, no de res) en un sitio con esas características. ¡Ay, mamá Inés!, como dice la canción, y cabría igualmente preguntarse por qué a los cubanos no nos ofertan carne de res en la moneda con la que pagan el salario a los trabajadores. Nada, que del mismo modo que está escrito en los tres contenedores de basura y parafraseando la canción de Mamá Inés bien podríamos tararear: Belén, Belén, Belén, ¿la carne de res dónde está metía?… En fin, que usted perfectamente puede comprar un bistec aderezado con tierra roja o colorada; ¡Ah!, ¿lo duda?

Nuevos edificios, viejas y malas prácticas

Mi paisaje se mediocriza cada vez más. Sentada frente a la vieja laptop familiar, desde mi ventana alcanzo a ver un edificio de cinco pisos (construido hace alrededor de cinco años) que domina el panorama como un monumento a la chapucería. El mismo forma parte de uno de los tantos proyectos típicos que vemos en muchos lugares de Cuba y que, aunque feos, resuelven el problema habitacional de muchas familias cubanas. En la construcción de estos inmuebles participan sus futuros habitantes, que se han formado y forman en el hacer de tales labores y que constituyen —lamentablemente— un elevado por ciento de los albañiles y constructores chabacanos emergidos de esos trabajos o proyectos.
La realización de estas obras se caracteriza también por contar con una fecha de entrega o conclusión del edificio, lo que condiciona además la premura por acelerar y concluir la misma no sólo con el propósito de habitarla, sino para cumplir a tiempo con el plan establecido por burócratas desde cómodas o incómodas oficinas, pero que no realizan ni parecen considerar el duro y físico trabajo del constructor.
De igual forma se hizo Alamar, y allí pululan también los cajones de hormigón tan parecidos o iguales, que pueden confundir a cualquiera de sus nuevos visitantes; como un salón de espejos asfáltico del que necesita ayuda para salir. ¿A usted no le ha pasado?

jueves, 23 de diciembre de 2010

La línea divisoria

Una cuadra después de la Alameda de Paula —rumbo a la Lonja del Comercio— y justo en la esquina de Luz y la Avenida del Puerto, se halla el pequeño Hotel Armadores de Santander, que fue afortunadamente restaurado y embellece el entorno del lado “de enfrente” de la Bahía de La Habana, al que le ha sido lavada la cara arquitectónica. A media cuadra y por la misma acera, está enclavada la Sacra Catedral Ortodoxa Rusa. El contraste con la orilla opuesta (la del margen de la bahía) resulta deprimente; ahí está el antiguo muelle de Luz o el embarcadero de la lanchita de Regla, despintado y salitroso quejándose del tiempo y el desamparo. Pareciera que la avenida del puerto es la línea divisoria entre el saneamiento y la insalubridad, la sensibilidad y la indolencia. Quizás una alternativa a ese abandono pudiera ser que se le cree al historiador de la ciudad una oficina flotante en la rada habanera para que se preocupe y ocupe —como parece que solo él sabe— de darle la debida restauración y mantenimiento al embarcadero y a su entorno.